A estas alturas, todos sabemos ya que Francia odia los tomates españoles. El país lleva días exigiendo a la UE una “excepción agrícola” para proteger sus productos. Lo que es menos conocido, pero igual de relevante, es que está ocurriendo exactamente lo mismo en un terreno más etéreo pero crucial para el futuro: la inteligencia artificial.

Desde la aprobación en diciembre de la ley europea de IA, conocida como AI Act, Francia se había propuesto tumbarla de la mano de Alemania e Italia. La excusa oficial es que obstaculizaba la innovación. “No es una buena idea regular [los modelos fundacionales de IA] más que otros países”, aseguró Emmanuel Macron. En realidad, Francia estaba barriendo para casa, protegiendo a su OpenAI local, la startup Mistral (22 empleados y valorada en más de 2.000 millones de euros) y a sus propios intereses económicos y tecnológicos.

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