«¿A santo de qué el llanto a cuento del informe PISA cuando todos los años se gradúan cum laude miles de licenciados en pornofagia, menalquismo y ludopatía?»
Enorme es la polvareda que ha levantado el último artículo de Ted Gioia. En él proclama la muerte del entretenimiento y la sustitución de la cultura por la distracción. Por viejas que resulten las jeremiadas acerca de la civilización del espectáculo o la nostalgia que despierta la vieja Kultur, con k de koñazo, el texto de Gioia incorpora una grave acusación. Sirva de perentorio toque a rebato: el «cártel de la dopamina» -esto es, las grandes tecnológicas de Silicon Valley– ha transformado el entretenimiento en una actividad compulsiva.
La función hace la forma y el Valle del Silicio produce dopaminómanos, esto es, yonkis del éxtasis dopaminérgico. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es como si uno de esos civilizados consumidores de rapé, que lucían sofisticadas tabaqueras de carey y dejaban en el aire un fragante olor a vainilla, amaneciera como un patético jincho con la jeringa en el brazo.
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