“Mateo tiene 14 años. Y es un adolescente muy peculiar. «Nunca he tenido televisión en casa. Ahora, tampoco». Reconoce que en su infancia no la echaba de menos, pero cuando cumplió los 8 años y sus amigos iban a su casa se sorprendían un montón. «Me daba un poco de vergüenza que les llamara tanto la atención: ¿Pero de verdad no hay tele en tu casa?», me preguntaban fascinados una y otra vez.. Me sentía obligado a dar excusas y confesar que me gustaba mucho la lectura. Me pasaba horas leyendo. Ellos lo valoraban como algo muy bueno, mientras yo me sentía como raro cuando lo descubrían. Más tarde, con 13 años, ya no me daba corte decir que me gustaba leer y confesar que estaba muy contento en mi casa porque me daba tiempo a hacer muchas cosas».”

Ir al artículo completo